The comedic mantra “treat yo’self” may come to mind, but self-care isn’t heedless splurging. Research shows that self-care enhances your health, decisions, and day-to-day actions.
Al comenzar un proceso terapéutico para alguno de los miembros de nuestra familia, surgen muchas interrogantes. Algunas de ellas son: ¿es realmente necesario este
apoyo?, ¿qué diferencia hay entre ayudarlo nosotros y que lo acompañe unprofesional?, ¿tengo una perspectiva objetiva para ayudarlo /a?, ¿realmente sé lo que necesita?, puedo hacer más por él y/o ella?, etc…
Quizás lo más apropiado es recorrer algunos conceptos trascendentales para la vida humana, como pueden ser los vínculos. Que nos permitan entonces, llegar a una visualización más amplia de la misión relevante que puede ser el acompañamiento, apoyo e intervención de un terapeuta en el seno de una familia.
Iniciemos reflexionando de que hablamos cuando de familia se trata, y encontramos que hay muchas maneras de definirla. Para mí, la mejor es ver a la familia como “un
grupo humano con una misión especial: ayudar a las personas a crecer y aprender” (Byrne y otros, 2008).
Pero solo estar juntos no es suficiente. De Linares y Hernández (2010) nos dicen que no basta con que un adulto esté presente; es fundamental que ese adulto sea alguien que acompañe al niño y lo motive a sacar lo mejor de sí
El vínculo entre padres e hijos es clave para el desarrollo emocional de los niños. Darling y Steinberg (1993) subrayan la importancia del estilo educativo que
cada familia tiene. Esto incluye las actitudes que los padres tienen hacia sus hijos, que crean un ambiente emocional en casa.
Las investigaciones muestran que el estilo de crianza afecta cómo se desarrollan los niños. Goleman (2010) dice que la forma en que los padres tratan a sus hijos—
ya sea de manera estricta, comprensiva o indiferente—deja huellas profundas en sus vidas emocionales
Rita Maria Ribes (2002) observa que hoy en día hay confusión en los roles de adultos y niños, lo que dificulta distinguir entre las generaciones. Como dice Doltó
(1990), “la mayor dificultad que enfrenta una persona es que, en su momento más vulnerable y creativo, depende de un adulto”.
Es en este contexto que la intervención es vista como una oportunidad, desde donde trabajar aquellas aristas frágiles, que por alguna razón hacen síntoma en
quien las padece y en todo su contexto. Las cuales, de ser atendidas y trabajadas, auguran cambios positivos dentro de la intimidad de un hogar.
Pero el solo hecho de trabajar con el paciente no basta para alcanzar los logros deseados, si esta labor no es compartida con la familia, se tendría poca probabilidad
de llegar a conquistar lo planificado para la mejora de la persona en todas sus dimensiones.
Por lo cual, la relación entre familia y terapeuta adquiere destacada relevancia, De Linares y Rodríguez (2010) afirman que el tipo de relación que se forme es el mejor
indicador del éxito en la terapia.
Todo lo antes mencionado nos muestra el papel fundamental que tienen los padres en su misión formadora; ellos, en medio de su labor (según estadísticas que lo
corroboran) son quienes en la mayoría de las ocasiones perciben que algo NO acontece según lo esperado en su hijo/a. ¿Y que sucede con esas interrogantes
que suscitan?, ¿qué accionar toman?, ¿cómo responden a aquello que no comprenden?
Lo que también demuestran las estadísticas hoy, es que la cantidad de información que hay al alcance de las personas, de opiniones, de formas de ver o pensar sobre
un tema, terminan siendo un obstáculo, que lejos de ayudar, inhabilita! no dejando un panorama claro de como debería de actuar frente al acontecimiento en cuestión.
Coloquialmente me atrevería a decir que estamos en una época de “mucha info y poco contenido”. Entonces, me cuestiono: ¿de qué nos sirve consultar en una
plataforma web, o buscar en diferentes medios de información sobre las conductas si no actuamos frente a ellas? Gessel y Amatruda plantean que “el examen de la
conducta del niño es esencialmente el examen de su sistema nervioso”.
Por lo que, nada me debería dar más inquietud que la gestión no hecha. Consultar a un terapeuta, no siempre es comenzar un bucle de intervenciones sin fin; en
muchas oportunidades, la consulta termina el mismo día que comienza, con pautas y/o estrategias que desplegar frente a aquello que no se manifiesta según lo
esperado.
Cuando de la consulta se desprende que debe comenzar una intervención en alguna disciplina, debo de estar convencido que ese camino, y en ALIANZA con el
terapeuta es la mejor elección que pude ver elegido para acompañar ese síntoma que hace ruido en mi hijo/a y por consiguiente en nuestra familia. Si no
recorro este camino, poco puede ser lo que “intervenga” el terapeuta.
¿De que hablo, cuando hablo de intervenir? Esta palabra se compone del vocablo INTER y el verbo VENIR, según la RAE trata de “tomar parte, participar, entrar,
implicarse con otro”. ¿Como podría el terapeuta implicarse en la vida de esa personita si no lo hace de la mano de las figuras más importantes para él/ella?
Juntos, trabajando en EQUIPO (familia y terapeuta) podrán brindarle las mejores herramientas y estrategias para que de ese SER aflore la mejor versión de sí
mismo/a!!
Lic. Valeria Palumbo